La tapa es rosa nena y la contratapa también
“Hay que hacer música desde el sentimiento y no tener miedo de mostrar el alma”

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  13 de septiembre de 2019
Un nombre en cada Biblioteca

Imagen: Virginia Piñón

El día del inicio del camino del lector

Un bibliotecario en serio siente que está custodiando una memoria,

 es celoso de ella y no quiere que se pierda nada:

 eso lo convierte en alguien más amigo de las encrucijadas

 que de los caminos ya trazados.

La pregunta del lector –su perplejidad- lo impulsa.

(Graciela Montes - Buscar indicios, Construír sentidos - 2017 )

 

 

 

No puedo dejar de pensar en la Biblioteca Nacional del Maestro a la que en mi más tiernísima infancia me llevaba mi abuelo a hacer la tarea cuando no alcanzaba la información de la única colección que había en mi casa (el “Monitor” de Editorial Salvat) que empezaron a comprar en la adolescencia de mi tío y que terminó al iniciar mi primaria, o por ahí).

Eso y el “Anteojito”.

Pero no era un problema ir a la biblioteca.

Acorde a la época, era un palacio de columnas enormes y techos altos, madera lustrada y olor a limpio.

Dos balcones hacia el cielo rodeados de libros y pequeños seres que se trasladaban de una punta a la otra y algunas escaleras que permitían que llegaran al ejemplar ese , el que pidieron abajo después de buscar en los ficheros escritos a máquina y guardados en lustrosos cajoncitos ad-hoc.

Entrar a una biblioteca, para mí, allá lejos y hace tiempo, era entrar a un palacio que sólo volví a ver en “La Bella y La Bestia” en la peli de Disney, hace un par de lustros (¿tres, casi cuatro?)

Luego, acá, trabajé para el crecimiento de la Biblioteca de Dina Huapi.

Pero era bien distinto.

Silvia – prácticamente sola, cuando no siempre - recibía, cuidaba, contaba, prestaba y reparaba los libros y cobraba las cuotas y hacía las cuentas y no había forma de que alcanzara para pagar la luz, el gas y su sueldo.

 Y su sueldo era poco menos que muy poco.

Vincularse a la CONABIP (la misma que creó Sarmiento) dio cierto alivio para algunas cosas, pero no alcanzaba sobre todo porque en algún momento  hasta hubo que dar de comer a algunos chicos que no tenían comida caliente en la escuela, y más aún, no iban a la escuela.

Y ahí estuvo Silvia, y también les daba de comer.

Dejó la biblioteca con colores y en el orden perfecto del mundo bibliotecario (libro puesto en otro lugar es libro perdido)

Vive entre nosotros, se jubiló hace no mucho, en otro trabajo;  porque hace rato que la biblio es otra cosa. Distinta.

Dejó todo y de  todo. Hay rastros suyos entre los estantes.

Hoy las bibliotecas son otra cosa, decía;  acaso más cercanas a las que empezamos a pensar entonces: talleres, lugar para difundir actividades barriales, de encuentro, para cambiar semillas, para videos de las bandas locales, para foros, encuentros, recitales de coros y de poesía.

Y son también un espacio de resistencia: los precios de los libros no pueden alejarse más de las posibilidades reales y concretas de pagarlos,  pero podés ir y leerlos allá y nadie puede contra ese derecho tuyo. O podés llevártelos a tu casa.

Las bibliotecas dejan que leas y en consecuencia que sueñes y que creas que existen los  futuros ante el poco amigable presente.

Ahí se encuentran los libros que hay: porque los mandaron desde Nación (o no), de Provincia (o no), porque los trajo un vecino, porque hay quien los donó.

Hay encuentro de libros y lectores en esos espacios de resistencia.

Lomo a lomo se encuentran los libros, tapa a tapa.

Y de los encuentros entre las tapas sale Silvia.

Desde adentro de los biblioratos y de los fascículos, aún detrás de los anaqueles el espectro amigable de la mediadora que fue entre la pibada, sigue saliendo.

Dice la neuquina María Cristina Ramos que “Es mediador, bellamente mediador, quien percibe la callada búsqueda de la mirada, el instante de curiosidad sobre el libro, sobre una línea de una página, y está ahí para acompañar, para cuidar el momento. Esos momentos de intenso contacto entre un texto y una inquietud lectora que pueden marcar el inicio del camino lector”

Eso fue Silvia a su tiempo y lo es en  tantísimos otros.

A ellos, lo mejor.

Roberto Szmulewicz, Librería "El Profe" ( Dina Huapi / Río Negro / Argentina)

 


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