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  ENTREVISTAS  13 de febrero de 2020
Sara Itkin: la médica yuyera de la Patagonia
Sara Itkin es médica, egresada de la Escuela de Medicina de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, Santa Fe. Pero se la conoce - y ella misma se autodefine así - como “médica yuyera”. Y sin temor a equivocarme, creo que debiera agregársele a dicho título “de toda la Patagonia”.

En sus propias palabras: “Soy médica yuyera; me defino así.  Médica porque considero importante mi formación académica, de pre y post grado y la experiencia que logré trabajando en los hospitales, y yuyera porque es la forma de llamar y valorizar a las plantas para la salud y a la gente que siempre las usó y recomendó. La palabra yuyo  viene del quechua “yuyu” y hace referencia a que es nutricio, alimento. Las yuyeras eran mujeres con un saber intuitivo extraordinario, pasado de boca en boca, de generación en generación. Siempre, o casi siempre, desprestigiadas por la medicina académica; y así, los yuyos eran señalados casi casi como malas hierbas. Siento profundamente que no puedo ser quién soy, si no valoro la historia. En mí habitan, también, las brujas quemadas por la Inquisición que seguramente eran hermosas mujeres comprometidas por una mejor salud en la comunidad donde vivían”.

Sara compartió sus saberes y su experiencia personal para formarse como médica yuyera en un Café a la Turca que hubiese necesitado más tiempo. Llegó a los estudios de FM Horizonte (Bariloche), con esa paz que irradian sólo quienes están en armonía con el universo. Lo hizo acompañada de Irupé, la hija a quien decidió bautizar así porque “los nombres de las flores en guaraní son muy dulces”.

Ser “yuyera” no fue una decisión premeditada. De hecho transcurrió unos cuantos años ejerciendo en la medicina tradicional, pero siempre en “salud pública”, lo aclara. Si bien el proceso se fue dando “naturalmente”, como si estuviese íntimamente ligado a la Pacha Mama, Sara recuerda que de pequeña - y al hacerlo le brillan aún más los ojos - “jugaba con las plantas y comía plantas silvestres”. Quizás esos detalles sean los que define como “la fibra ancestral que todas llevamos dentro". Sólo que en ella fue un camino a recorrer, hasta convertirse en su estilo de vida.

Entre las experiencias que de alguna manera comenzaron a marcar su vida como “yuyera”, mientras se desempeñaba como médica en uno de los hospitales donde ejerció al principio de su carrera profesional, Sara recuerda - y parece revivirlo durante la entrevista radial -  el “intercambio con mujeres Qom - mal llamadas Tobas (aclara) - que estaban en trabajo de parto”. “Las veía con mucha fuerza - relata -, y luego alguien, enfermeras, médicos, decían: “otra toba parió en el baño””. Ella, por el contrario, “escuchaba gritos de liberación” acordes a la “cultura de sus orígenes”. También aparece en sus recuerdos, durante sus “primeros pasos en la residencia de medicina general”, el trabajo que realizaba en distintos barrios lo que le permitió conocer experiencias de vecinos y vecinas que le contaban que “siempre se sanaban con plantas”. Y si bien hasta entonces “todo era desconocido” para ella, le resultaba “afín” a lo que empezaba a sentir sobre la salud y la enfermedad. Así comenzó a entender que había una necesidad de “mayor escucha” para poder comprender y aprender de los demás “otras medicinas, otros saberes”.

Los conocimientos naturistas que comenzaron a darle forma a su especialidad, tuvieron su epicentro en Villa Traful (Neuquén), 20 años atrás, donde conoció y trabajó con un grupo de mujeres de la zona que, a su decir, “hasta ese momento estaban invisibilizadas”. “No importaba si sufrían de algún dolor, o estaban enfermas; ni si se curaban con sus propias medicinas naturales”, agrega. Y, sin dudar, opina que junto a esas mujeres comenzó a vivir lo que hoy se conoce como “empoderamiento”. “En ese proceso - afirma - siento que fuimos verdaderamente revolucionarias”.

Dentro de esa comunidad neuquina, Griselda Calfueque fue y sigue siendo una de sus “grandes maestras”. De esa mujer a la que invoca varias veces durante la entrevista, hoy cercana a los 90 años de edad, destaca “sus saberes” y la capacidad de compartirlos. Y elige una anécdota que la retrotrae a esos tiempos y que define a Griselda casi como una postal patagónica que no necesita de ningún epígrafe: “Griselda era cuestionada porque sus vacas estaban sueltas; y ella contestaba: mis vacas viven aquí desde mucho antes de que vengan la gente y los alambrados (a la zona)”. Ese inmenso trabajo del grupo comenzó a ser visibilizado y “logramos que sean reconocidas en la comunidad” cuenta Sara. A partir de esos encuentros, sus conocimientos comenzaron a desparramarse solidariamente para quienes desearan “escuchar” a las plantas.

Claro está que enfrentar a la industria farmacéutica no es nada sencillo. Es el principal factor para que la medicina naturista no pueda instalarse. Para la Dra Itkin, “la médica yuyera”, “es tan fuerte la industria del poder por el poder mismo, que hasta puede prmitirse ser la misma que nos vende el alimento que nos envenena” sentencia. Como ejemplo cita a “la unión Monsanto Bayer “ a la que define como la “industria de la enfermedad” y que - agrega- “ha calado en las escuelas de salud logrando desacreditar los saberes populares y ancestrales, porque no les conviene”.

Si bien es sabido que muchos de los medicamentos comerciales se producían a base de “yuyos” de la madre tierra, Sara aclara que “ya no”, porque han creado “los principios sintéticos, copiando los de las plantas”. Así, cuenta, “nació, por ejemplo, el  ácido acetílico sintético (comúnmente conocido como aspirina), cuando en realidad ese componente estuvo y está en el sauce y en otras plantas. Lo investigaron, hicieron la copia sintética, lo estabilizaron y allí surgió la famosa aspirina, el medicamento de venta libre más vendido en el mundo” que, como ella misma dice, “consumimos como el agua misma”. Aunque vale aclararlo, no genera ningún efecto parecido al del “vital elemento”.

Uno de sus “yuyos” preferidos es la “paramela”, con la que se realizan preparados para embarazarse!!! Eso lo aprendió también de Griselda. Fue la sabia mujer quien siempre le decía: “quien necesite embarazarse, debe acercarse a la paramela; quien no lo quiera, debe alejarse” y asegura que son muchas las mujeres que conoce que lograron - ante el diagnóstico de infertilidad -  lo que nos hacen creer que sólo puede ocurrir, en el mejor de los casos, con tratamientos de fertilización asistida.

Con sus colegas alópatas tiene el vínculo que se vaya generando. “Hay quienes me consultan y trabajamos juntos” dice y “están quienes desprestigian los saberes ancestrales”. Pero Sara está “a disposición de quien desee contar con mi colaboración”. Y nunca se muestra pesimista ni desesperanzada. La “médica yuyera de la Patagonia” sabe a ciencia cierta que “hay una vuelta a lo natural, que es inmensa”.

“Hay que dejar de hablar de pacientes y empezar a decir hacientes, hacedores de su salud” sintetiza. Porque de esa manera, volviendo a las raíces, a los conocimientos ancestrales y al respeto a la Pacha Mama, sabe que se logrará que “la salud esté en manos de la comunidad, porque eso empodera y fortalece”. Sara está convencida de eso y si bien  sabe que no es alquimista, aunque le hubiese gustado serlo tanto como” tener la mirada de las brujas quemadas por la inquisición”, pone su firma y sello a la hora de asegurar que “todas las hierbas están estudiadas; yo estudio todo el tiempo; soy amiga de las plantas; los años de uso me agilizaron la percepción y deseo que la gente siga creyendo en las plantas que sanaron de generación en generación”.

“Si las plantas hablaran  - finaliza - contarían todo lo que hicieron por la salud”.

Nos faltó tiempo para seguir conversando y, personalmente, para aprender. Se despide como lo hace siempre: con "un abrazo yuyero". Pero ambas nos comprometemos a concretar un próximo encuentro, Café a la Turca mediante, para que Sara nos comparta cómo preparar un “botiquín naturista” con lo que la naturaleza nos obsequia generosamente en esta zona de la Patagonia y, de esa manera, prepararnos para recibir al frío invierno.

 

Roxana Arazi

 

 



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