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16/6/2025
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A 70 AÑOS DEL BOMBARDEO A PLAZA DE MAYO / 1955 - 16 DE JUNIO - 2025

Un texto para reflexionar, y no olvidar, escrito por el historiador y docente, Ricardo Daniel Fuentes (Bariloche).

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Matemos al presidente

Ricardo Daniel Fuentes

Cuando se habla de violencia institucional en nuestro país, la fecha del 16 de junio de 1955 es fundamental para conocer al Terrorismo de Estado como forma de ejercer el poder y a la lógica de sus perpetradores e ideólogos como una metodología subyacente de la derecha/ liberal-conservadora y fascista en nuestro país.

El 16 de junio de 1955 ocurrió uno de los hechos más ignominiosos de la historia argentina.: El bombardeo sobre la población civil en el centro de Buenos Aires. Si: la aviación argentina no tuvo, como se cree, su bautismo de guerra durante el conflicto de las Islas Malvinas en 1982, sino muchos años atrás.  Los ataques por parte de los aviadores contra su propio pueblo ya tenían dos hechos sangrientos en su haber, hoy considerados crímenes de lesa humanidad: en 1924, la Masacre de Napalpi, y en 1947, la Masacre de Rincón Bomba contra el pueblo Pilagá, por parte de la fuerza aérea, la policía y la gendarmería.

Sectores de la fuerza aérea y de la armada, apoyadas económicamente por la sociedad rural, la embajada de los EEUU y líderes de la oposición, iniciaron el 16 de Junio un ataque en pleno medio día cuyo principal propósito fue asesinar al presidente constitucional y sus figuras de gobierno para instalar un golpe cívico militar . La metodología consistía en aniquilar la resistencia civil que se pudiera organizar en defensa del gobierno democrático y fue pensada para causar el mayor daño posible a la población que había concurrido a un acto oficial en desagravio a la Bandera Nacional y a la figura del libertador  José de San Martín (días antes las fuerzas opositoras habían quemado una bandera argentina).

El ataque fue precedido de al menos una docena de atentados contra la vida del presidente reelecto para el período 1952/58 y numerosos atentados terroristas sobre bienes y personas desde 1951 en adelante.

Los bombardeos ocurrieron en una docenas de oleadas que se extendieron desde las 12.40 a las 17.40 horas. Los aviones que surcaron el cielo del centro de Buenos Aires lanzaron más de cien bombas con un total de entre 9 y 14 toneladas de explosivos. La mayoría de ellas cayeron sobre los principales objetivos: las plazas de Mayo y Colón, el edificio de la CGT, el departamento central de policía, el Ministerio de Ejército, la Casa de Gobierno, la Secretaría de Comunicaciones y el Ministerio de Marina, en el centro porteño. En la Casa de Gobierno,  impactaron veintinueve bombas, de las cuales seis no estallaron al ser arrojadas desde muy baja altura. El resto de los explosivos y los proyectiles de grueso calibre disparados desde los aviones y también por los infantes de Marina que intentaron asaltar la Casa Rosada estuvieron dirigidos a la población civil transeúnte, entre los que se encontraban docentes y alumnos de escuelas públicas que pisaban por primera vez el centro de la ciudad.

 

El ataque dejó como saldo más de trescientos muertos y mil doscientos heridos. Cientos de civiles armados que respaldaron el ataque (terroristas llamados “comandos civiles”) intervinieron en acciones colaterales como la ocupación de los estudios de Radio Mitre, a través de la cual se lanzó una proclama que dio al presidente por muerto. El mandatario se había retirado al Ministerio de Ejército, por lo cual no se encontraba en la casa de gobierno al comenzar los ataques.

El bombardeo a Plaza de Mayo- inspirado en el ataque a Pearl Harbor- fue el primer ataque aéreo contra objetivos terrestres efectuado tanto por la Fuerza Aérea como la Aviación Naval, además de un antecedente directo de la autodenominada  “Revolución Libertadora” (1955-1958), dictadura cívico-militar que llegó al poder tres meses después del ataque mediante el golpe de Estado que depuso al presidente democrático. Algunos de los protagonistas del bombardeo, como  los capitanes de fragata Emilio Eduardo Massera, Horacio Mayorga y Oscar Montes, y varios de los pilotos y tripulantes de aviones que escaparon del país tras el ataque serían más tarde acusados por delitos de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983).

Esta fecha urge ser identificada como un clivaje para analizar la lógica amigo-enemigo de la política argentina y para interpelar las formas recurrentes del odio como política de Estado, tanto en el uso diario del nuevo lenguaje negador del consenso como de la reducción del otro a un elemento molesto al que hay que negarle humanidad primero, para luego dar paso a su exterminio.

También nos permite visualizar las soluciones mágicas propuestas por el liberalismo vernáculo, reducidas a un simple ejercicio autoritario del poder, desprovisto de humanismo y centralizada en los datos de una planilla en donde las necesidades y derechos son reemplazados por la lógica de la contabilidad para pocos.

Tenemos que matar al presidente: ese fue el propósito de los asesinos que utilizaron la frase “Cristo Vence” para imponer a la muerte como modelo de lo que entendían (y aún entienden) por libertad.  Entre los responsables de la Masacre de 1955 y sus herederos ideológicos del presente existe una clara continuidad: el odio como catalizador de la política pública, la violencia y la descalificación como formas de interacción con los “otros”, los insultos y la histeria sicópata para intentar copar la agenda de la “cosa pública”.

No es casual que la libertad hoy sea un cliché vacío de contenido, como tampoco es casual que el golpe cívico militar de 1955 se autodenominara Revolución Libertadora, ni tampoco resulta extraño que la violenta dictadura militar del 76/83 se bautizara pomposamente como Proceso de Reorganización Nacional. No es casualidad que hoy nuevamente el disfraz de la libertad encubra los monstruos del fascismo al que el deseo de ir por más solo lo frenan los límites del pacto social que la sociedad argentina está dispuesta a defender.

Nada es casualidad, porque cada vez que estos sectores tomaron el control político del país, ejecutaron políticas de entrega de los recursos naturales, sometieron a las mayorías populares al disciplinamiento social, repartieron territorio y recursos entre sus miembros de clase, impulsaron la obsecuencia al imperialismo como política de Estado y reprimieron salvajemente toda disidencia.

En cuanto al ataque del 16 de Junio de 1955, éste no logró lo inmediato: asesinar al presidente, triunfó a corto plazo: imponer una dictadura militar, y fracasó en su propósito más anhelado: disolver la memoria colectiva:

Ni los fusilamientos, ni la proscripción, ni la torpe y primitiva metodología de reemplazar e intentar borrar nombres y lugares de memoria (debilidad absoluta de los fachos argentinos que pululan hoy tanto en el gobierno como en las redes con el grado de cobardía que solo el anonimato y el aval mediático les permite) pudieron impedir el regreso del movimiento popular al poder. Ni lo van a lograr, claro, porque la política de destrucción del país que cíclicamente encarna esta masa informe pero reconocible de antiderechos, el liberalismo argentino, (por no decir neoliberalismo que de “nuevo” no tiene nada), es un día fuego y cien años humo, humo, humo, o lo que es peor, y en trágicas ocasiones como la que recordamos hoy: muerte, muerte, muerte.

 

 

 

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