Era jueves de madrugada. Corría el 17 de junio de 2010. Bariloche se mantenía en calma.En esa calma que suele caracterizar a nuestra ciudad, cuando se pretende hacer que nunca pasa nada...
Fue en esa misma madrugada cuando Diego Bonefoi fue baleado a dos cuadras de su casa. Cayó muerto sobre la tierra de una plaza. Tenía 15 años. La policía argumentó que había sido un tiro que "se escapó en un forcejeo tras un intento de identificación”; luego se desdijo y afirmó que “el disparo ocurrió (“¿ocurrió” seria la palabra?) tras la persecución que tuvieron que hacer luego de un asalto que habría realizado con algunos cómplices”. Lo único cierto es que Diego recibió una bala en la cabeza, por la espalda, y “cayó muerto”. No. La verdad es que lo mataron.
Siempre recuerdo las palabras de un sociólogo a quien entrevisté días después de los violentos hechos en este Bariloche que, a partir de ese momento, dejó de estar en calma: “TODOS LOS CHICOS NACEN BONEFOI…” me dijo, porque “EN FRANCES BONEFOI SIGNIFICA BUENA FE…”
Sería algo así como NIGUN PIBE NACE CHORRO…. Pero Diego tenía marcado su destino. Ese día, a esa hora, en esta ciudad, la postal turística que recorre el mundo pero que oculta su cara más dramática e invisibiliza la realidad de muchos, muchísimos ciudadanos de la misma tierra que otros habitan como si se tratara de su exclusivo paraíso. Nadie puede asegurar que quizás su suerte hubiese sido otra; la de un camino mejor; la de una historia de vida y no de muerte a destiempo...
Era un pibe de apellido conocido en el ambiente delictivo. Y así, una parte de Bariloche encontró cierto justificativo. Doloroso por cierto. Injusto por demás. Pero quienes habitamos la otra gran parte de Bariloche sentimos en carne propia la bronca, el dolor, la angustia.
Los vecinos del barrio Sara María Furman se despertaron de una cachetada inesperada. Y alzaron sus puños, que eran las voces acalladas. Ese primer día de conflicto social hubo al menos 23 heridos por perdigones de armas de la policía y la muerte volvió a golpear sin previo aviso. Esta vez no había posibilidad de ocultar que las balas salieron de las armas de la policía. No había lugar para especular con la confusión: Nicolás Carrasco, aspirante a futbolista y albañil de 16 años, y Sergio Cárdenas, padre de dos hijos y empleado de cocina en el hotel Llao Llao, fueron también asesinados por la fuerzas de “seguridad”; esas que debieran cuidarnos.
Nino, así lo llamaban a Nicolás Carrasco, cayó al suelo alrededor de las 16.30 de ese mismo jueves, a unas dos cuadras del lugar donde habían matado a Bonefoi y a una de la comisaría 28 que era el lugar a donde se dirigían todas las protestas. Fue el único de los tres pibes baleados que llegó vivo al hospital. No con la ambulancia, que "no llegaba más". Lo trasladaron en un vehículo particular. Pero en pocas horas su vida se había transformado en muerte.
Sergio Cárdenas, de casi 29 años, llegó al Hospital Zonal poco después que Carrasco. Pero murió casi de inmediato. Trabajaba desde hacía un año y medio en la cocina del Hotel Llao-Llao. Le gustaba mucho el fútbol y hacia unos días había pedido sus vacaciones para poder mirar el mundial por tv porque le quedaba algo a trasmano llegar hasta Sudáfrica...
Sergio se acercó a ver qué pasaba con sus vecinos; su barrio estaba convulsionado. No volvió nunca más a su casa. Nunca más….Tenía un hijo que en 2010 tenía cinco años, hoy tan solo 15, y una nena de un año, hoy tan solo de 11. Quedaron huérfanos de padre. Y quedaron también huérfanos de justicia. Porque nada, ni nadie, les devolverá a su papá.
El 17 de junio de 2010 se convirtió, aunque muchos pretendan hacernos olvidar, en un hito en la memoria colectiva de Bariloche; nada fue ni es ni será lo mismo después de ese día…
Mientras tanto, aunque la justicia finalmente intervino, siguen esperando que los asesinos de Nino y Sergio dejen de pasear por las calles de la ciudad... A 10 años de aquella trágica jornada, siguen esperando justicia.
Roxana Arazi
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