Te leo un cuento
Hoy: "Los amantes", de Marcelo Rubio. Periodista, escritor. Autor de las novelas "Lo que trae la niebla" ( Indómita Luz Editorial), "El Cristo roto" (El Caracol Editorial), "Cuentos de la Strada" (Textos Intrusos) - al cual pertenece este cuento - y "Bajo el signo de Eva" (Textos Intrusos). Sus libros pueden adquirirse a través del siguiente correo: marfunebrero@yahoo.com.ar .
"Los amantes" (cuentos de la strada)
Se conocieron por una estupidez, es así y de ninguna otra manera, como deben conocerse los suicidas, los perdedores, los marginados. Tristina compraba mandarinas en la verdulería de avenida Lacroze mientras él salía de su tumba del cementerio de la Chacarita. A los dos la gente les huía al paso. Él, puro esqueleto, con una margarita que colgaba del hueco de las costillas, la calavera bajo un sombrero bombín abollado y agujereado, los huesos de las manos apretando un cigarrillo encanecido. Ella usaba una serpiente áspid a modo de pulsera, y tenía el rostro maquillado por las ocurrencias y las casualidades; recitaba de memorias versos propios donde “la luz se crucificaba en el purpúreo ocaso” y “las nubes de sal cruzaban espejos de océanos olvidados”.
El esqueleto atinó a pasar justo cuando a ella se le escapaba de las manos una mandarina. La fruta rodaba –con la torpeza propia de quien desconoce lo que es andar– por la vereda, cuando el esqueleto la pisó. Tristina lo miró y le sonrió. El esqueleto sintió, ante esos ojos, algo que el tiempo le había hecho olvidar y que la propia ausencia de corazón no le permitía conocer.
Ella caminó despacio por la avenida y él la siguió. Los tacos de los zapatos rojos de ella hacían un tip-tap gracioso sobre las baldosas. Los huesos de él hacían un cric-crack incómodo, pero no tenía forma de evitarlo. Por fin, en un semáforo la alcanzó y le murmuró algo al oído. Ella hizo como si se sonrojara y acarició a la serpiente que llevaba en la muñeca. El esqueleto insistió en hablarle, sacó la margarita del pecho y se la dio. A ella le pareció que le entregaba el corazón; lo invitó a andar hasta que la noche se hizo enorme e incomprensible. Para cuando llegaron a La Strada, él ardía en deseo y ella, para qué negarlo, también. Entraron y nadie se sorprendió de los recién llegados. Ella pidió un whisky en la barra, el esqueleto encendió un cigarrillo. Alguien puso en la fonola “Someone to watch over me”. Al esqueleto el humo le salía por el hueco del esternón, y a ella le pareció tan seductor... Lo abrazó. Se besaron por primera vez. Ella tenía gusto a alcohol; el esqueleto, a tierra vieja. Se fueron detrás de la fonola y lo hicieron como dos verdaderos amantes. Él no tuvo de qué desnudarse, ella no se quitó la serpiente. Al esqueleto se le desacomodó la mandíbula, a la chica se le escapó una lágrima negra y espesa. El esqueleto la observó desde la oquedad de sus ojos y le dijo:
—Estás loca.
Ella suspiró y le respondió:
—Y vos estás muerto.
Sonrieron. Detrás de la fonola, la locura y la muerte volvieron a hacerlo. Afuera, la ciudad prefería ignorarlo todo, temerosa de tener que reconocer la locura, la muerte y lo más trágico: el amor de los excluidos.
Autor: Marcelo Rubio
Lectura: Roxana Arazi