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  LITERATURA Y CINE  19 de febrero de 2022
Te leo un cuento
Hoy: "Tomás, el ortodoxo" / de Aída Bortnik (Buenos Aires 07/01/1938 - 27/04/2013). Escritora, guionista, periodista, distinguida en gran cantidad de oportunidades. Fue la primera escritora latinoamericana miembro permanente de la Academy of Motion Picture Arts and Sciences, desde 1986 hasta su muerte. Entre sus trabajos más recordados como guionista - y en una apretadísima síntesis - se encuentran "La tregua" (1974, nominada al Oscar); "La historia oficial" (1985, ganadora de un Oscar y del Globo de Oro); "Tango feroz"; "Crecer de golpe" y "Pobre mariposa", entre otros. Por su trayectoria también fue galardonada con el premio europeo Pegasso d’Argento (Ennio Flaiano - 1987), el Primer Premio del FNA (PK) (1999); Premio Konex de Platino 1994. yPremio Konex 1984, entre otros. Además escribió numerosos cuentos y publicaciones, traducidas a distintas lenguas y difundidas en distintos países. En esta lectura compartimos "Tomás, el ortodoxo", publicado en la revista Humor, en los ‘80. Escucharlo acá:

 

Tomás, el ortodoxo

 

Tomás era un niñito muy prolijo. Tanto, que casi, casi, no parecía un niñito. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado. Estaba siempre limpio y se iba a dormir cuando los niñitos tenían que irse a dormir. Todos sus juguetes estaban enteros, brillantes y en el estante correspondiente. Estaba tan preocupado por conservar todos sus juguetes, que nunca jugaba con ellos. Tomás era un niñito al que no inquietaban el vuelo de los pájaros ni el funcionamiento de su cuerpo.

Tomás era un joven muy disciplinado. Tanto, que casi, casi, no parecía un joven. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca intervenía demasiado. Estaba siempre prolijamente vestido y era educado con las chicas y respetuoso con los mayores. Estaba tan preocupado por repetir bien sus lecciones que nunca sabía de qué estaba hablando. Tomas era un joven al que no inquietaban el rotar de las estrellas ni el bullir de su sangre.

Tomás era un hombre muy ordenado. Tanto, que casi, casi no parecía un hombre. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca intervenía demasiado, nunca se comprometía demasiado. Estaba siempre del humor justo y trataba cortésmente a las mujeres, a los mayores, a los jefes y a los subordinados. Estaba tan preocupado por cumplir con todos sus deberes que nunca tuvo tiempo para saber qué significaban. Tomás era un hombre al que no inquietaban el destino de la humanidad, ni el significado de sus pesadillas.

Tomás era un marido muy metódico. Tanto, que casi, casi, no parecía un marido. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca daba demasiado. Cuando era preciso se disponía a hablar brevemente, escuchar brevemente y proceder brevemente, durante el abrazo. Estaba tan preocupado en observar todas las reglas del matrimonio que nunca se le ocurrió disfrutar. Tomás era un marido al que no inquietaban los fantasmas de la felicidad, ni los demonios de los celos.

Tomás era un padre muy riguroso. Tanto, que casi, casi, no parecía un padre. Nunca preguntaba bastante, nunca pedía bastante, nunca curioseaba bastante, nunca intervenía bastante, nunca se comprometía demasiado, nunca daba demasiado, nunca esperaba demasiado. Estaba siempre dispuesto a juzgar y a ordenar, sin olvidar los buenos modales. Estaba tan preocupado por ejecutar todas las obligaciones de la paternidad que nunca pudo conocer a sus hijos. Tomás era un padre al que no inquietaban las frustraciones de sus sueños, ni las posibilidades de una guerra.

Tomas murió una mañana de verano. Lo enterraron por la tarde. Por la noche comenzaron a olvidarlo.

El señor lo observó en silencio, mientras escuchaba el minucioso relato de sus deberes cumplidos. Después suspiró – el Señor jamás suspiraba- y dijo: «Cada siete días, cuando orabas prolijamente tus oraciones, sin olvidar ninguna palabra, yo esperaba. Como esperaron tus padres y tus hijos, tus maestros y tu mujer, tus compañeros y tus ángeles. Esperaba que preguntaras algo, que pidieras algo, que exigieras algo, que sintieras algo demasiado poderoso para ser controlado. Esperaba que te encontraras o te perdieras. Esperaba, como todos esperaron, que me necesitaras. Pero me has dado a mí, regularmente, cada séptimo día, lo mismo que le has dado a la vida: una devoción vacía. Tú eres el único fracaso imperdonable para la Creación: un hombre que no la cuestiona. Vete, Tomás -concluyó el Señor-, también yo quiero olvidarte.»

 

Aída Bortnik

 



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