Te leo un cuento
Hoy: "Baobab" de Luis Alberto Seroni, autor barilochense, quien comenzó a escribir cuando sus recuerdos de lo vivido en la guerra de Malvinas, comenzaron a hacérsele presentes. Su primer libro fue "Dejando el silencio atrás", y luego, cuando la escritura se le hizo carne, publicó "Rápido La Plata, historias esenciales" y "Baobab" en el que se encuentra este cuento que leímos hoy. Escuchar acá:
Hace algunos años, en un viaje desde Grecia hacia Madrid, se sentó a mi lado torpemente y sin saludar, una mujer e intentó dormirse. No parecía ser la compañera ideal para compartir seis horas de viaje pero, apenas la azafata trajo la cena, despertó de buen ánimo y se presentó como Eva, nacida en Berlín. Charlamos animadamente de nuestras vidas durante toda la cena. Al finalizar se fueron apagando las luces dándole más intimidad a la charla; entonces Eva comenzó a beber whisky; después del segundo, creo yo, me contó esta historia.
En un año sabático había viajado a Tanzania donde daba talleres para mujeres sobre violencia de género en una aldea y además tomaba clases de idioma sujili.
Una medianoche en la que estaba volviendo en jeep hacia su ciudad Tanga, vio al costado del camino una mujer. Entre sus vestiduras típicas, la kanga, arropaba a su bebé. Su cara de desesperación evidenciaba el deseo de ser transportada. Eva se detuvo unos metros adelante y la esperó.
Cuando la mujer subió, le explicó angustiada que su hijo estaba enfermo y debía llegar rápido a Tanga. Eva encendió la luz interna para verlo bien, era un pequeño bebé sin vida que anidaba entre sus brazos, la madre, repetía una y otra vez su urgencia por llegar rápido para darle su medicina. Ahora ella, juntó sus fuerzas para apagar la luz y cuando lo consiguió, respiró hondo, puso primera y retomó el camino.
Sus lágrimas comenzaron a caer sin llanto alguno, sin congoja, de forma suave pero constante. Cada tanto limpiaba sus ojos para poder ver la carretera. La mujer se presentó con el nombre de Rehema, y repetía: Asante sana, asante sana (Muchas gracias). A mitad de camino Eva volvió a prender la luz a fin de observarlo con la esperanza de haberse equivocado.
Ahora las imágenes eran más tristes aún, Rehema trataba de introducir su pezón en la boca del bebé pero este no reaccionaba. La areola del pezón daba la dimensión de la pequeñez del bebé. Luego apagó la luz y se concentró en el camino.
Las lágrimas de Eva seguían limpiando su alma, lloró y lloró tal vez, por todo lo que no había llorado en su vida cuando a lo lejos divisaron la aldea. En ese instante Eva sintió un alivio egoísta y culposo. Luego con unas breves indicaciones llegaron a la puerta de la choza. Rápidamente entró. En ese momento Eva trató de huir presurosa del lugar cuando la vio salir con un cabrito negro entre sus brazos el que trataba de introducir por la ventanilla del jeep a modo de agradecimiento por el viaje, mientras repetía: Asante sana, asante sana.
Tuvo que descender del auto para explicarle que no podía recibir ese regalo. Entonces Rehema entró nuevamente y volvió con un pequeño baobab, ahora sí lo aceptó, ahuecó sus manos, y realizó una reverencia en agradecimiento. Por último, cuando se estaba marchando, Rehema corrió e introdujo por la ventanilla del jeep una kanga, sin que Eva se diese cuenta.
Ya en la puerta de su cabaña, en las afueras de Tanga, apagó el motor del jeep para escuchar el silencio de la noche, tomándose unos minutos para recomponerse. Una vez que lo consiguió, tomó el Baobab y descubrió la kanga, entonces buscó la inscripción que todas esas prendas tienen bajo el orillo. Luego, encendió la luz para leerla: Udugu Hazina yetu leo nifuraha kwetu (Nuestra hermandad es nuestro tesoro hoy) Eva con el baobab entre sus manos lloró nuevamente, sus lágrimas caprichosamente regaron la planta.
Cuando terminó el relato, hizo una larga pausa y se quedó dormida, se escucharon algunos sollozos entre los pasajeros que, en su perfecto inglés, habían escuchado su historia.
Cada tanto hablo con Eva, me contó que su baobab crece vigoroso en la ventana de su departamento de Berlín. Asdemás que ha compartido en numerosas reuniones, la historia del baobab y, al final cuando todos lloran, los invita a regar el árbol con sus lágrimas.
Hace una semana me llamó Eva y me dijo: "¡Algo extrañísimo está sucediendo con mi baobab! Entre sus hojas está creciendo una especie de pequeño fruto negro: Tan pequeño como el bebé que Rehema tenía entre sus brazos".
Autor: Luis Seroni (https://luisseroni.com/ )
Lectura: Roxana Arazi